La lucidez de la mirada
Català-Roca

Para más información:
Ana Berruguete
Directoria de exposiciones
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En 2022 se cumplierón cien años del nacimiento en Valls, Tarragona, de uno de los referentes de la fotografía española: Francesc Català-Roca. Esta exposición que celebra su aniversario reúne alrededor de 80 imágenes, algunas de ellas inéditas, junto con otras icónicas.

Un recorrido por la historia de este fotógrafo que retrató a los protagonistas de la bohemia y la vida cultural de la época en un inmenso trabajo de documentación de la vida urbana y rural, a la vez que captó como nadie el entorno social, político y cultural que le rodeó. Un fotógrafo que revolucionó la fotografía de calle con imágenes icónicas de la realidad cotidiana.

Francesc Català-Roca nació en 1922. Hijo y padre de fotógrafos, su trabajo de los años cuarenta, cincuenta y sesenta representó la irrupción de la nueva fotografía de calle en España, comparable a Henri Cartier Bresson o Robert Doisneau . Recorrió España durante medio siglo y retrató la transición del mundo rural al urbano. Con su cámara dejó constancia de un testimonio único que atesoró celosamente en un archivo con más de dos cientos mil negativos. Ganó el Premio Nacional de Artes Plásticas en 1983, siendo el primer fotógrafo que obtuvo este reconocimiento.

CATALÀ-ROCA: LA LUCIDEZ DE LA MIRADA
Oliva María Rubio

Cuando se cumplen los cien años de su nacimiento, la figura de Francesc Català-Roca (Valls, Tarragona, 1922-Barcelona, 1998) se afianza como una de las figuras fundamentales de la fotografía humanista documental de la posguerra española; el padre de la generación que renovó el lenguaje fotográfico y un referente para la generación posterior. Como señala Joan Fontcuberta, se trata seguramente del «fotógrafo español del siglo XX más completo y de mayor repercusión entre sus coetáneos» .

Conocedor de la fotografía artística de vanguardia y de las tendencias experimentales que precedieron a la Guerra Civil, preocupadas por la búsqueda de un lenguaje expresivo, estético, en el que la forma predominaba sobre el contenido, Català-Roca se decantó en la posguerra por una fotografía humanista documental que diera cuenta del contenido, que reflejara la realidad que le circundaba por encima de cualquier experimentación artística. De ahí su necesidad de independizarse de su padre, Pere Català-Pic —uno de los representantes de la experimentación fotográfica, especialmente en el ámbito de la publicidad—, con quien había empezado a trabajar a los trece años, para abrir su propio laboratorio a la edad de veintiséis años, en 1948.

En los años cincuenta su estilo se consolida. Un estilo personal marcado por una mirada propia que se manifiesta en el manejo de la posición de la cámara con encuadres precisos que evitan la frontalidad, la utilización de picados y contrapicados, el dominio de la luz y del claroscuro, la búsqueda del equilibrio y la introducción del dinamismo, así como en su gran amor y empatía por aquello que fotografía. Català-Roca supo compendiar los conocimientos técnicos adquiridos durante los años en que trabajó en el laboratorio de su padre con sus conocimientos de las tendencias fotográficas de la época de entreguerras, a los que tuvo acceso a través de publicaciones pioneras como la revista francesa Arts et Métiers Grafiques o los libros de Man Ray y de Franz Roh que se hallaban en la biblioteca de su padre, y ponerlos al servicio de una fotografía que diera cuenta de la realidad del país en que vivía. Ello dio como resultado trabajos tan destacados como los que hizo en Madrid y Barcelona, ambos libros publicados por la editorial Destino en 1954, y que, de no haber sido por las circunstancias políticas de nuestro país y el consiguiente aislamiento que aún imperaba, hubieran formado parte de la historia de los grandes libros de fotografía de ciudades. En 1955, también conoce el trabajo de Henri Cartier-Bresson a través del libro Les Européens, cuya cubierta es diseñada por Joan Miró, un retrato de Europa diez años después de la Segunda Guerra Mundial.  

Ese decantarse de Català-Roca por el reportaje, concretado en una fotografía humanista, coincide en el tiempo con las corrientes discursivas que se producen tras la destrucción de ciudades enteras y el extermino de seis millones de judíos llevados a cabo por Hitler durante la Segunda Guerra Mundial. La profunda desconfianza en el ser humano que esos acontecimientos produjeron dio lugar a que, en el ámbito de lo filosófico, Theodor Adorno formulara, en 1951, la idea de que: «Después de Auschwitz escribir poesía es un acto de barbarie»; en el ámbito de la fotografía se concretó en el gran proyecto La familia del hombre, en el que se abogaba por una fotografía humanista capaz de reconciliar al hombre con el hombre. La exposición, de la que Català-Roca tuvo conocimiento, tuvo lugar en el Museo de Arte Moderno (MoMA) de Nueva York, en 1955, y luego viajó por numerosos países. Reunió 503 fotografías de 68 países y 273 fotógrafos, hombres y mujeres, profesionales y amateurs, seleccionadas de entre un total de diez mil fotografías recogidas a lo largo de tres años de trabajo por todo el mundo. El proyecto se basaba en la idea de que «el arte fotográfico podía dar forma a las ideas y explicar el hombre al hombre» y ponía el acento en «las relaciones cotidianas del hombre consigo mismo, con la familia, con su comunidad y con el mundo en que vivimos», según escribió Edward Steichen, comisario y director del Departamento de fotografía del MoMA desde 1942 hasta 1962. Su objetivo era mostrar la universalidad de los gestos humanos en la vida cotidiana de todos los países del mundo. En su presentación en París, Roland Barthes escribe un texto, que incluye en su libro Mythologies (1957), en el que hace una severa crítica, ya que, según él, en su modo de presentar la exposición y en el folleto que la acompaña, todo allí, el «contenido y la fotogenia de las imágenes, el discurso que las justifica, tiene como objetivo eliminar el peso determinante de la Historia: se nos retiene en la superficie de una identidad, se nos impide, por el propio sentimentalismo, penetrar en esa zona ulterior del comportamiento humano, allí donde la alienación histórica introduce esas “diferencias” que denominaremos simplemente aquí “injusticias”». Lo que está criticando Barthes es la «eterna lírica de la decencia», una lírica que «eterniza los gestos de los hombres para desactivarlos mejor».

Català-Roca opta por una fotografía humanista que no escamotea el peso de la historia. En las fotografías que toma por diversas ciudades de la geografía española, especialmente a lo largo de las décadas de 1950 y 1960 (Madrid, Barcelona, Cuenca, Murcia, Sevilla, Vigo, Mahón, Valladolid, por solo citar algunos de sus muchos trabajos), encontramos el retrato de la ciudad y sus gentes, su cultura, sus tradiciones, sus personajes, sus modos de vida, sus penurias y también sus ilusiones; un dinamismo que nos habla de los cambios que se están produciendo en la economía y en la arquitectura de un país que empieza poco a poco a recuperarse de los estragos de la Guerra Civil. Así, nos encontramos con fotografías en las que conviven los medios de transporte en carros, carruajes y mulos con los autobuses de dos plantas y lujosos automóviles; los vendedores ambulantes, recaderos, limpiabotas, cacharreros, con personas despreocupadas luciendo su palmito o bañándose en las playas; la pobreza de los barrios marginales con la riqueza de los interiores de algunas casas y la elegante burguesía que acude al Liceo; la animación y el bullicio de algunas calles con el vacío y la soledad de otras. La historia con mayúscula irrumpiendo con la llegada, el 2 de abril de 1954, del Semíramis a Barcelona con más de doscientos combatientes de la División Azul, que habían sido prisioneros de guerra en la Unión Soviética; las heridas de la Guerra Civil presentes en una iglesia derruida o en una estatua ecuestre, en Madrid; el estraperlo, la presencia de los curas, de los militares y de la guardia civil. Un compendio de nuestra reciente historia en imágenes.

El fotógrafo se pasea por las ciudades como si de un flâneur se tratara, un paseante que vaga por las calles atento a las vicisitudes e impresiones que salen a su paso, al descubrimiento de todo aquello que la ciudad le pueda proporcionar. Y lo hace sabiendo las múltiples «posibilidades, puntos de vista y situaciones» que se le ofrecen y que «el mero hecho de escoger ya es una creación». Y él es un creador, plenamente consciente de su libertad y capacidad para construir y componer sus imágenes. Como señala Carlos Ruiz Zafón, «la magia de Català-Roca estaba en su mirada, en su capacidad de construir y componer imágenes que sugerían un contenido narrativo, atmosférico, que interpretaban la figura, el espacio y el tiempo». Sus imágenes nos ofrecen una gran riqueza de matices, se convierten en testigos de una época, de una España en blanco y negro, en la que ya se apuntan algunos cambios.

Lo que hace grandes las fotografías de Català-Roca es que no se acaban de un solo vistazo. Nos invitan a detenernos, a posar nuestra mirada escrutadora emulando la suya, buscando no solo lo que relatan, sino también lo que ocultan, lo que está más allá, lo que las hace necesarias y verdaderas. Y es ahí donde nos aparece el aura de lo que se perdió, de aquello que ya no existe, que estaba a punto de desaparecer cuando Català-Roca lo fotografió y que estas fotografías rescatan ahora para nosotros hombres y mujeres del siglo xxi, nos dan a ver. El fotógrafo era consciente de esa necesidad de fotografiar algo que estaba a punto de perderse, de rescatarlo de la muerte, del olvido: «Me di cuenta de que estaba siendo testigo de cosas que desaparecerían rápidamente, lo presentía; al cabo de cinco años ya no habría podido hacerlas; había aparecido el 600, se metía por todas partes, la imagen de España cambió por completo». De ahí la melancolía que desprenden algunas de sus imágenes y que nosotros sentimos al contemplarlas, al reconocer los signos de un mundo que se ha desvanecido.

La excepcionalidad de sus imágenes, su dominio de la técnica, la multiplicidad de matices que ofrecen, su juego con las luces y sombras, sus marcados contrastes hacen que Hans-Michael Koetzle considere que «Català-Roca no tiene un equivalente en la fotografía mundial de su época. Su obra no puede compararse ni con la fotografía humanista de los franceses, tan amiga de lo anecdótico, ni con los experimentos formalistas de los alemanes, ensayos caracterizados por su carácter escapista y ajeno a la realidad. Pero tampoco es comparable con el neorrealismo socialmente comprometido de los italianos ni con el dramatismo visual de la street photography (fotografía de la calle) de la Escuela de Nueva York».

Primero por las relaciones de su padre Pere Català-Pic con los círculos culturales de vanguardia del GATCPAC (Grupo de Arquitectos y Técnicos Catalanes para el Progreso de la Arquitectura Contemporánea) y el ADLAN (Amigos del Arte Nuevo), en los años treinta, y más tarde por sí mismo, a través de su propio trabajo y de sus colaboraciones en diversas publicaciones, Català-Roca tuvo la suerte de relacionarse con los mejores literatos, arquitectos y artistas de su época. Retrata al pintor Antoni Tàpies en su estudio en 1949, trabaja con el pintor y escultor Antoni Clavé para su libro Clavé en 1971, y con Eduardo Chillida para el libro Los espacios de Chillida (1973). A través de su trabajo en el semanario Revista, que aparece en 1951, y durante los tres años que dura, tiene la misión de ilustrar con una fotografía el artículo semanal sobre nuevos artistas que firma Cesáreo Rodríguez Aguilera, conoce a otros intelectuales y artistas de la época como Josep Guinovart, Marc Alem, Luis Romero, que acababa de ganar el Premio Nadal por su novela La noria (1952), y a Dalí, al que le unirá una relación de amistad y al que toma treinta y dos fotografías en el Parque Güell de Barcelona y hace visitas a Port Lligat, cuando regresaba de sus estancias en Estados Unidos, y donde toma numerosas fotografías, entre ellas Dalí Hipercubo (1953). A través del director de cine Thomas Bouchard, que había visto su documental sobre la Sagrada Familia, conoce a Joan Miró, con el que entablará una relación de trabajo y amistad que dura hasta la muerte del pintor, así como con la familia de ceramistas Artigas. Sus libros de ciudades y de artistas fueron acompañados con las firmas más importantes del momento: Luis Romero, Juan Antonio Cabezas, Josep Pla, Joaquim de Camps i Arboix, Ramón Córdoba, Néstor Luján, Jacques Dupin, José Artigas Gardy, con muchos de los cuales viajó durante su trabajo por las ciudades españolas.

Su trabajo, multidisciplinar, no se reduce a la fotografía documental humanista, sino que igualmente desarrolla un importante corpus de fotografía de arquitectura, retratos, fotografía industrial, cerámica y artesanía, arte, así como numerosos documentales: La ciudad condal en otoño (1951), que recibe dos galardones en los Premi Ciutat de Barcelona, el primero en la categoría de cine y el segundo en el de fotografía; Piedras vivas (1952), documental sobre la Sagrada Familia que recibe el Premio de Cine de la Ciutat de Barcelona y el primer premio del Festival de Cine de Ancona, Italia; Salineros de Ibiza (1954), sobre el trabajo en las minas de sal de la isla, que sigue utilizando los mismos métodos de los cartagineses y que él percibe a punto de desaparecer. También realiza una serie de documentales turísticos para el programa de Televisión Española Conozca usted España (1966), así como Artigas céramique, Miró-Artigas, Miró-Osaka, 1970. Peinture murale por encargo del galerista Aimé Maeght, los tres en 1970; Miró 73. Toiles brulées (1973), sobre la decepción del artista con una serie de pinturas quemadas.

Català-Roca es también un gran defensor y un avanzado en su interés y práctica de la fotografía en color. Capta la primera fotografía en color en el Hotel Clínic de Barcelona durante una colaboración con el forense Sales Vázquez, en 1941, utilizando el procedimiento de la tricromía de las artes gráficas. En 1958, para su libro sobre el Camino de Santiago, empieza a utilizar diapositivas en color y, en 1965, comienza a investigar en su laboratorio sobre el color, ya que la diapositiva no le convence: «El color de la diapositiva es funesto para la fotografía, porque tú no ves nada por transparencia, salvo las cristaleras de las iglesias. Es una cosa falsa totalmente; tiene un saturado de color como reacción al blanco y negro». Es el mismo año en el que el fotógrafo norteamericano William Eggleston empieza a utilizar la película negativo color. La utilización del negativo permitía a Català-Roca intervenir en el proceso de positivado, ya que tanto el revelado como el positivado los hacía él mismo en su laboratorio y que la falta de naturalidad de los colores que reproducían las películas de la época le llevaba a corregirlos. A partir de 1973 centra su trabajo e investigación en la fotografía en color, que concibe como un nuevo idioma, una forma necesaria y natural, porque la realidad es en color, policromática: «Estoy casi convencido de que las nuevas generaciones, las de los siglos próximos, nos definirán a los del siglo xx como “los acromáticos”. Y con toda la razón del mundo, porque este siglo ha vivido mayoritariamente en blanco y negro». En todo caso, nunca abandona por completo el trabajo en blanco y negro. Con motivo de la retrospectiva que le dedica el Spanish Institute de Nueva York, viaja a esa ciudad en 1987. Entre esa fecha y 1991 vuelve en nueve ocasiones y toma tres mil fotografías en color con las que pretendía publicar un libro, que dejó maquetado casi en su totalidad, en 2020. Volvemos a ver aquí sus características tomas en picado y contrapicado y su interés por captar la vida de esa ciudad que le atrapa. Se trata quizás del trabajo más completo y personal de fotografía en color de una ciudad que llevó a cabo, y de un sueño, su publicación, que no llegó a ver cumplido.

El trabajo de Català-Roca obtuvo un importante reconocimiento en vida. La revista norteamericana Popular Photography premia dos de sus fotos en 1950, año en el que también es galardonado con el Premi Ciutat de Barcelona de Fotografía por la colección Octubre; es incluido en el Anuario de la fotografía española de 1958, publicado por el grupo Afal, a pesar de que él no perteneciera al grupo; en 1967, recibe la Medalla al Mérito Turístico y en 1983 es el primer fotógrafo en recibir el Premio Nacional de Artes Plásticas del Ministerio de Cultura cuando todavía no incluía la fotografía, y también la Medalla al Mérito Artístico, entre otros muchos; en 1992, la Generalitat de Catalunya le otorga el Premio Nacional de Artes Plásticas y la Creu de Sant Jordi y también recibe el Título de Honor de Valls. Asimismo, en 1993, el Ayuntamiento de Barcelona le concede la Medalla de Oro al Mérito Artístico y la Fundación Miró el premio Ocell Solar por su trayectoria y colaboración con Miró.

También en vida disfrutó del reconocimiento de su trabajo en el ámbito expositivo. Su primera individual tuvo lugar en la Sala Caralt de Barcelona, en 1953, viajando después al Centre de Lectura de Valls. Se trataba de grandes ampliaciones, una parte de ellas retratos, que se presentan sin paspartú ni cristal, como a él le gustaba ya que, para él, la imagen fotográfica, alejada del arte plástico, no debía enmarcarse ni contar con ningún elemento ajeno a la propia imagen. En 1958, expone una selección de sus fotos turísticas en la Sala Neblí de Madrid; en 1966, se presenta en el Col.legi d’Arquetectes de Barcelona Cases pairals catalanes, con fotos del libro publicado por Destino; Fotografies. Artistes. Arquitectura. Personatges. Toros, en la galería Maeght de Barcelona, en 1982; Personajes de los años cincuenta en la Biblioteca Nacional de Madrid, en 1984, con motivo del Premio Nacional de Artes Plásticas; el Spanish Institute de Nueva York organiza la retrospectiva, Francesc Català-Roca. Photographs (1987), entre otras.

Animado por José María Castellet, escribe sus memorias y en 1995 publica Impressions d’un fotògraf, una doble autobiografía literaria y fotográfica.

 

The Family of Man, exposición comisariada por Edward Steichen que tuvo lugar en el MoMA de Nueva York en 1955.

Ibid., p. 3.

Roland Barthes, «La grande famille des hommes», en el catálogo de la exposición L’Invention d’un art, París, Centre George Pompidou, 1989, p. 181.

Ibid., p. 181.

Català-Roca. Obras maestras, op. cit., p. 309.

Citado en Martí Català Pedersen, «Una vida buscando la luz», en Català-Roca. Obras maestras, op. cit., p. 339.

Elena Parreño Gala, «Cronología», en Català-Roca. Obras maestras, op. cit., p. 187.

Hans-Michael Koetzle, «Un vanguardista no reconocido», en Català-Roca. Obras maestras, op. cit., p. 39.

Elena Parreño Gala, «Cronología», en Català-Roca. Obras maestras, op. cit., p. 184.

Ibid., p. 188.

INFORMACIÓN TÉCNICA

Comisario: Olivia María Rubio
Nº de fotografías: 80 fotografías en blanco y negro, acompañadas por material documental del autor y dos audiovisuales.
Catálogo de la exposición: CATALÀ-ROCA